lunes, abril 07, 2014

Japón 4 de Septiembre 2013: Nikko-Tokio

Ese día madrugábamos bastante, a las 6:30 de la mañana arriba. Toda la noche oímos llover mucho, pero justo cuando salimos por la puerta del hotel paró. Compramos nuestro primer desayuno en Japón en el Lawson (el combini de al lado del hotel). Consistió en un café Premium, algo que parecía colacao (pero que era café) y como fartones con chocolate (o los dowaps pero alargados). Creo que no llegó a 500 ¥.
Nos fuimos corriendo medio chispeando a la estación de shinkansen NASUNO de Ueno ya que no teníamos asiento reservado a las 7:10. Por supuesto nos pasó la de todos los novatos: “Mira que son chulos estos asientos”… nos metimos en el reservado de green card. Luego en reserved también, pero al final nos dio tiempo a salir para meternos en el nuestro. En el trayecto a Utsonomiya (sí, la línea que lleva a Fukushima) hicimos nuestro ritual: desayuno en el shinkansen y siestecilla, que eran 50 minutos de trayecto. Luego cogimos la JR Nikko Line y a las 9:10 estábamos en Nikko. Ahí no lo dudamos, cogeríamos el autobús que nos llevase a los templos y bajarnos… donde se bajasen todos (creo recordar que fue en el Rinnoji Temple). Eran unos 200 ¥ que nos evitaban una caminata de media hora.

Lo que más nos impactó es que hacía fresquito, sobre todo en comparación al día anterior. Nikko está en una zona más elevada, sin ser de montaña, llena de vegetación, muy tranquila y con árboles enormes. Cuando llegamos al Rinnoji estaba nublado pero sin chispear… y en obras. Así que pasamos de pagar la entrada y fuimos a por la parte chula: El santuario del Toshogu (además vimos aparecer varios autocares con estudiantes japoneses con lo que aceleramos el paso). Su entrada cuesta el módico precio de 1300 ¥ (hacía 15 días que habían quitado un pase conjunto para los templos de Nikko por 1000¥… que mala pata). La entrada tiene un torii de piedra enorme y guerreros cabreados. Por todos los senderos están las linternas de piedra tan típicas con musgo por encima. Nada más entrar a la izquierda está la talla de los tres monos sabios (sanbiki no sar) que no oyen, ni ven ni dicen mal. Es donde está el establo con el caballo blanco. A la derecha se encuentra una talla que representa lo que creían los japoneses que eran los elefantes… un aire se le daba pero no se yo. Seguimos y vimos las campanas, más templos y la pagoda. Luego fuimos a oír el edificio “del dragón rugiente”, descalzos por supuesto (vimos unas sandalias de una japonesa que tenían por adorno las cuentas del collar de Marge Simpson… telita). El monje japonés después de soltar su charla en perfecto japonés, cogió dos piezas de madera para golpearlas y oír es rugido del dragón (seguro que era un Lannister exiliado: “oye mi rugido”).
Después de esto fuimos a ver la puerta Yōmeimon de la que estaban restaurando parte. La verdad que era una obra de arte incomparable con cientos de pequeñas tallas. Vimos también por primera vez los sacos de arroz para hacer sake. Allí encontramos el famoso Nemuri-neko que es un gato durmiendo que protege de los espíritus (o los ratones). Todo el mundo estaba sacándose fotos a la entrada con el gato. De ahí se iba hasta la tumba del Ieyasu. Muchas escaleras cuesta arriba y muchos árboles. Lo malo es que al llegar arriba empezó a llover con lo que pudimos verlo poco. Bueno, alguna aprovechó para comprar un cascabel del gato. Nos sentamos a esperar que dejase un poco de llover y a los 10 minutos empezamos a bajar pues la bruma también bajaba. Empezábamos a temer que se nos iba a aguar la visita... y así iba a ser. Después de lavarnos las manos a la entrada del templo (sí, lo hicimos al final porque al principio había mucha gente) empezó a llover con ganas… durante casi una hora. Nosotros no habíamos comprado los paraguas la noche anterior en el BIC camera (“Si no va a llover”) y a la vista no encontramos ningún sitio donde vendiesen paraguas. Lo lógico es que si los vendiesen, los pusieran a la vista… pues después de 50 minutos, preguntar por señas en la taquilla por un paraguas (se rieron bastante con el gesto de abrir un paraguas), nos indicaron que en la tienda de enfrente tenían paraguas. Así que Ponchoman amablemente fue al rescate y compró un magnifico paraguas por 500¥ (que nos lo trajimos de vuelta a España jejeje). Por peaje tuvimos que comprar un “dulce” japonés. Nota: en Japón no tienen dulces como los entendemos nosotros. Así que después de preguntar “si eran sweet” Ponchoman escogió el que más le gustó “Kore”, y al primer mordisquito, lo escupió. Era un bollito de pasta de arroz con judía dulce que era como Kriptonita para Ponchoman.
Ya descansados con paraguas nos dedicamos a ver los demás lugares turísticos de Nikko. Fuimos a ver Taiyuinbyo que parecía bastante bonito y grande cuya entrada costaba 550¥. Nos gustó sobretodo el paisaje y donde te echabas el agua que tenía una canalización curiosa. Además rodeabas el recinto y te sentías un samurai. Como nos sentimos generosos, fuimos a ver el santuario Futasaran que costaba 200¥. Allí había muchos árboles, guardias de colores y juegos como el de meter una cuerda redonda en un palo. Parecía la feria. Después de esto nos dispusimos a buscar un sitio donde comer, ver el puente Shinkyo y el abismo Kanmangafuchi. Ahí fue el momento surrealista del día. Un anglosajón jovencito de la universidad local nos hizo una encuesta sobre “macaques”, vamos los monos de Nikko con preguntas del tipo “volvería a alimentar a los macacos” o “creo que los macacos y las personas pueden convivir”. Unos resultados 100% validos iban a salir de nuestras encuestas…
Como eran las dos de la tarde, decidimos darnos prisa en ir a ver el puente y si veíamos algo comíamos… mala solución. Pero bueno no llovía así que fuimos a ver el puente Shinkyo símbolo de la ciudad. Es un puente con aspecto antiguo que solo puede entrar uno por un lado y además hay que pagar. Nosotros nos dedicamos a sacarle fotos junto con el río que era una pasada. El verde de la vegetación, rojo del puente y el turquesa del río era una maravilla. Pero la bruma seguía bajando, así que salimos escopetados para llegar al abismo Kanmangafuchi que la verdad está bastante lejillos (20 minutos andando) y sobretodo mal indicado. Ahí nos esperaban hileras de estatuas vestidas, algunas cubiertas de musgo, otras deshechas y el río a la derecha. Se respiraba la paz y tranquilidad con la naturaleza y la neblina. 
Los budas tenían todos sombrero y babero, con la rasquilla que hacía supusimos que era para que no pasaran frío. Después de terminar subimos por unas escaleras y encontramos una sorpresa, un cementerio. La verdad que no nos esperábamos encontrar algo así en este lugar, tan mimetizado con la naturaleza. Linternas de piedra cubiertas de vegetación y otras figuras de piedra convirtiéndose en bosque. 
Y después de estos momentos mágicos, de vuelta para buscar un sitio donde poder comer algo, llegó la lluvia. No encontramos ningún sitio donde poder comer cerca de donde nos encontrábamos, la lluvia caía con fuerza y no sabíamos ni a donde ir. Hasta que vimos una parada de autobús. Esperamos unos 15 minutos y marchamos de vuelta a la estación de JR donde esperábamos comer. Los precios que marcaban las primeras paradas ponían casi 3000 ¥ y pensamos “la hemos hecho buena”. Pero no, era para el que hubiera hecho el trayecto completo, los nuestros eran 230¥. Si alguna vez hacéis lo mismo y pensáis comer por ahí, bajaros en la estación del Tobu que es donde está todo. Nosotros fuimos a la del JR y desandamos, teníamos 40 minutos hasta el tren. En las tiendas solo vendían comidas raras (mini pizzas secas hiperpicantes, picatostes de chocolate…) y dulces de arroz. Para un sitio que nos servían comida lo descubrimos tarde. Así que se nos encendió la bombilla “¿En esa panadería no venderán algo de comer?”… Lastima que un grupo de pensionistas japoneses nos ganase por la mano y se metiese primero a la tienda. Así que resignados a irnos sin comer regresamos a la estación JR. Justo antes de llegar encontramos otra panadería pero muchísimo más cutre. Nos metimos y pillamos una cocacola un par de croissants con pollo y lechuga una especie de bollo-pizza con queso y nuestro primer bollo relleno que nos recordaba a los parsec polacos. Total unos 800¥ para comer los dos. Por supuesto el mejor sitio para comerlos era el JR Nikko Line, así que mostramos nuestros JR pass como si fueran placas de policía y para dentro a coger el tren de las 17:35 que nos dejaría a las 19:30 en casa. Comida y siestecilla para descansar los piececitos hinchados. Después de llegar al hotel a esas horas, cambiarnos y alguno hacerse el remolón llegamos tarde a Shibuya donde habíamos quedado. Un momento gracioso fue que vimos a unas cuantas japonesas con las mascarillas sentadas en frente al lado de Julius que estaba rodeado de mujeres. Fue un momento de “hueles mal” jajajaja.
Casi antes de ver al perro Hachiko nos habló un “relaciones” de un bar para beber toda la cerveza que quisiéramos durante dos horas por unos 1000¥. Tuvimos que rechazarlo porque el jetlag nos pegó de lo lindo y acabábamos de llegar a Shibuya (si no le hubiéramos salido caros). Nos sacamos las fotos con Hachiko y nos dispusimos a cruzar varias veces por el famoso cruce. Ni que decir tiene que no impresiona tanto. Impresiona lo mismo que ver Picadilly Circus, crees que es enorme y no lo es tanto. Eso si, gentecilla hay. No se que haría esta gente cuando viese la castellana, si esto le impresiona tanto… Julius estuvo intentando sacar fotos con su tripode o mejor dicho monopié. Lastima que fuera la primera vez que lo usaba y entonces no fuese todo lo fluido y rápido que podía haber sido. Después dimos vueltas por Shibuya viendo tiendas (por supuesto había un Zara y un Macdonalls) y luces. Vimos unos policías que nos miraban, llevábamos el pasaporte por si acaso para que no pensaran que éramos ilegales. 
Y después de tantas vueltas, fuimos a cenar. Entre una maraña de carteles, Nesuta nos llevó al segundo piso de un edificio donde había estado cenando. Un poco raro parece al principio lo de que en cada piso sea un restaurante distinto. Nos pedimos un Ginger pork con arroz que te ponían un huevo crudo y dando vueltas con el calor del arroz se cocinaba. Nesuta nos contaba que la última vez que fue con un japonés miro su bol que no tenía huevo y que dijo algo así como “¿dónde esta el huevo?” y la camarera estaba detrás con el. Vamos en resumen, que el huevo te lo traían después. Pero eso era solo en teoría, porque después de un rato y 5 sumimasen y por último tamago, nos lo trajo. La camarera estaba un poco distraía y se había olvidado. Este plato eran unos 750¥ mientras que un plato de carne eran unos 1200¥, así que cenamos bien y bastante económico.


Hacía las 22:30 o 23:00 pusimos rumbo a Ueno. Nos despedimos de Nesuta hasta el día 13. En la línea Yamanote tardaba 32 minutos, así que nos echamos siestecilla. Había bastante gente para la hora que era (que agobio de gente) y cuando llegamos a Ueno por fin encontramos la salida Iriya que era la que mejor nos dejaba del hotel. Lástima que fuese el último día. Lo peor fue la despedida antes de dormir. Teníamos que coger el shinkansen a las 7:03 en Tokio, así que había que quedar a las 6:30 para comprar el desayuno, hacer el checkout, correr y coger el JR. Ahí se pronunció con un murmullo “yo no voy a poder aguantar este ritmo” y “te vas a cargar a Julius”. Solo íbamos a dormir 4 horas, sin contar con nuestra segunda cama: el shinkansen.

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