martes, marzo 04, 2014

Japón 3 Septiembre 2013: Madrid-Tokio

El día 2 de Septiembre de 2013 empezaba nuestro viaje a Japón. Esa noche apenas dormimos 2 horas. Los nervios, el insomnio y la inquietud por saber que nos encontraríamos allí. A las 7:30 de la mañana salimos con nuestras dos maletas rumbo al aeropuerto. Volábamos con KLM a las 10:25 con escala en Ámsterdam y llegaríamos a Tokio a las 8:45. La verdad que el vuelo fue agradable, teniendo en cuenta que fueron más de 15 horas en el aire… pero nos íbamos a casi 10000 kilómetros de casa. En el avión no paramos de comer y tomar líquidos e intentamos dormir lo que pudimos (no creo que llegase a 5 horas descansando). Yo me puse la película del Hobbit para con la banda sonora, dormirme mejor. Como curiosidad, la familia española que viajaba en ambos vuelos detrás de nosotros durmió como un lirón. Esos yo creo que durmieron mínimo 12 horas, y las que no durmieron hablaban demasiado alto, con lo que a los que nos costaba dormir, no pudimos.

Cuando llegamos al aeropuerto de Narita hicimos un poco el pardillo. En vez de salir e ir inmediatamente al control de inmigración y a la aduana, fuimos al baño, intentamos coger WiFi para avisar que habíamos llegado… Total que fuimos los últimos en llegar y nos comimos una cola de una hora de espera. Y a partir de aquí encadenamos todas las colas. En inmigración pusimos los dedos y poco más, en la aduana pasamos nuestro embutido y frutilla. Después fuimos a cambiar efectivo, no mucho ya que al final nos cogieron la tarjeta de crédito en casi todos los sitios y de ahí a la cola del JR-Pass. Allí otra espera, con una chica muy maja que nos indicaba lo que teníamos que rellenar y que sólo podíamos reservar el Narita Express de ese día. Ya teníamos nuestro papelote para enseñar y pasar por todos los trenes JR. Otra hora de viaje hasta la estación de Tokio y de ahí a Ueno.

En Japón hacía un calor húmedo muy difícil de soportar y buscábamos la sombra donde podíamos. También el problema es que salimos por la salida de la estación de Ueno que pensábamos que estaba más cerca… pero todo es enorme. Además el GPS Osmand no nos funcionaba bien y dimos vueltas alrededor del hotel. Suerte que un amable japonés al vernos consultar un mapa nos ayudó con su movil GPS y nos ubicó. Milagrosamente el Osmand se recuperó y nos llevó hasta el hotel New Izu Hotel. La verdad es que parecía cutre a más no poder, pero luego no fue tantísimo... solo un poco. Llegamos a las 13:30 pero no podíamos entrar hasta las tres y nos indicaron amablemente que esperásemos. Con la paliza que teníamos y el calor de fuera nos quedamos en los sofás. Pagamos con tarjeta, dándola con dos manos por supuesto mientras vigilábamos con ojo avizor a otros guiris que pensaron lo mismo y no hacían más que turnarse en el sofá masaje. Era graaaatis, así que no hacían más que pasar una y otra vez. Nosotros tiramos de Wifi para mirar correos y whatsapp y además nos comimos nuestros bocatas. La verdad es que tardaron menos de lo esperado en darnos y a las dos y poco nos pudimos ir a las mini habitaciones. Es Japón, todo es pequeño y las camas de matrimonio son de 1,20 metros de ancho. Pero tenía Yukatas y la taza del inodoro con el chorrillo. Decidimos darnos una ducha (después de 24h de la última no estaba mal) y luego ponernos a patear.
Habíamos quedado a las 18:15 en Ikebukuru (esa zona nos la aprenderíamos bien en la segunda parte de la estancia en Tokio) con nuestros amigos para llevarles "los presentes de la tierra”. Así que lo que hicimos fue salir a las 16:00 para ver el parque de Ueno (donde hay sin techo a tutiplén) y también ver cómo llegar a la estación sin dar tantas vueltas (realmente estaba al lado el hotel). Lo que más nos sorprendió fue el calor. Íbamos avisados pero ni aún así, pantalón corto y todo, pero era insoportable. En el parque vimos los cuatro animales típicos japoneses: los cuervos (grandes como gallinas), las chicharras (que parece que van a explotar del ruido que hacen in crescendo) los mosquitos (que pican, dejan marquita, desaparece al día siguiente y al otro bolón) y las libélulas (grandes como portaviones). También vimos el cartel más gracioso del día “prohibido hacer karaoke”. Nos imaginábamos a los adolescentes japoneses que les pillaba la policía preguntando que llevaban en la nevera y ellos respondiendo, no, no es kalimocho y cerveza… ¡mentira seguro que son los altavoces y alguno lleva el micro por ahí! Jajajajaja.

En el parque vimos nuestro primer santuario, el Benzaiten con Toriis y demás cosas. Nos hizo ilusión y sacamos muchas fotos por ser el primero (realmente no tenía mucho). Luego siguiendo el paseo fuimos al Santuario de Toshogu. Estaba bastante bien, con su camino con linternas de piedra y bronce, sus origamis de papel, su campana y sus puertas con paredes doradas… aunque había partes en obras. Aquí vimos a un monje en vaqueros que se acercó a Julius a contarle una historia. Como todavía estábamos españolizados, salió huyendo de este singular monje no nos fuese a timar. En este momento vimos por primera vez las chicharras, más grandes que mis dedos. ¡Vaya bicho! Como se hacía tarde pusimos rumbo hacia el JR. Ya íbamos reventados con el jetlag, el calor y la paliza. Además llevábamos casi 4 kilos de peso adicional. Cogimos el JR y rumbo a ver cosas japonesas.

Habíamos quedado en el vagón 5 de Ikebukuru aunque como somos así de listos cada uno esperaba en un sentido.  Pasados unos minutos nos dimos cuenta de nuestro error y nos encontramos los cinco. Después de los besos y abrazos, procedimos a entregar nuestro paquete: Rico queso nacional, aliñado con algo de jamón cortesía de sus padres y nosotros aportamos dulce, la fruta que no se había aplastado en la maleta y unas gominotas hechas de fruta. (Si… la fruta es un manjar en Japón).

En Ikebukuro nos enseñaron un poco la zona. Las tiendas como el BIC camera, el don quijote, con muñecos del line, juguetes sexuales y hasta ropa (un poco de todo que se dice), el uniqlo, la tienda de hello kitty, el tokyu hands (con muuuuchas cosas de papelería), los maid cafés… Aunque todas las japonesas van enseñando piernaca, en estos sitios van vestidas con calzas y de doncellas. Uno de los sitios más entrañables fue una tienda que vendía juegos de consolas antiguos e incluso maquinitas de cuando teníamos 8 años estilo Donky Kong y marcianitos que hay que recoger.

Y como no sabíamos cuanto aguantaríamos, fuimos a un family restaurant, Gusto, con ofertaza: beber lo que quieras durante 2 horas (o más porque eres gaijin). Ahí nos pusimos hasta arriba de fanta melón y calpis (una bebida con base de leche muy rica… si es sin burbujas). Cenamos arroz, una especie de croqueta, gamba y pollo rebozado y salimos por 980¥, muy económico. Ya de vuelta a coger el tren, nos pasamos por el BIC camera para comprar una tarjeta de datos para Julius. Costó lo suyo y eso sabiendo japonés… no veas como daban vueltas para encasquetarnos a otro dependiente (un japonés no dice que no, pero remolonean a ver si te cansas tu primero… no conocen a Julius). Al final nos mandó a la tienda de enfrente, en la que después de otro rodeo nos vendió la tarjeta. Lo mejor para despacharnos fue “para activarlo llamas a un teléfono y ya está”. Nos despedimos y nos fuimos al hotel sobre las 22:00. Al día siguiente había que madrugar para ir a Nikko. Eso si, esa noche la tarjeta de datos quedó activada. El recepcionista del hotel buscó todas las excusas que pudo para intentar escaquearse, pero no había otra. Había que llamar desde un teléfono móvil japonés (que era gratuito) y, el principal problema, seguir unas instrucciones en perfecto japonés. Lo dicho, al final se consiguió. Y de premio un masaje en el sofá que estaba libre. Cuando subí arriba me dije, el yukata me lo pruebo para hacerme unas fotos (con ojeras de oso panda) y pruebo otra curiosidad japonesa: el baño (nada tiene que envidiar a las tres conchas de la peli de Demolition Man).








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