jueves, julio 03, 2014

Japón 5 de Septiembre 2013: Tokio-Nagoya-Takayama

Con gran esfuerzo nos levantamos a las 5:25 con pocas horas de sueño para darnos una ducha e iniciar nuestro viaje más allá de Tokio. A las 6:32 estábamos pagando en el Lawson nuestro desayuno de otro café Premium, otro chocolate que era café, una especie de ensaimada y un bollo relleno por 545¥. Como estaba chispeando y solo teníamos un paraguas Julius le pidió al hombre del hotel si podía coger un paraguas. Supongo que el hacer el checkout, pedir un paraguas y que te lo den no puede tomarse como apropiación indebida. Después de “corre que te corre” para coger el tren camino de Tokio Station pudimos coger allí el shinkansen a Nagoya a las 7:03. Lastima que después de degustar nuestros ágapes matutinos, en los carteles del tren empezara a aparecer “Delayed heavy rain”, vamos que llovía mogollón y tocaba esperar. Al final llegamos a Nagoya a las 9:30 y nos dispusimos a ir a ver el castillo de Nagoya. Hay que decir que Helen se desgañitó diciendo “Noooo, a Nagoya noooo… vámonos a Takayama…”. Cuanta razón tenía. Si no ponen a Nagoya en las principales rutas, será por algo (¡si hasta lo decían los niños chinos!).

Lo primero que hicimos fue buscar unas taquillas para dejar las maletas. Ahí te cobraban el módico precio de 600¥ para guardar las maletas mientras hacíamos la visita al castillo. Al principio puede parecer un poco confuso su uso pero al final era seleccionar tu taquilla, pagar y coger el pin para luego recogerlas. Desde aquí, camino del metro encontramos una farmacia donde Julius buscó el kanji del mosquito y al grito de “Ka, Ka” y señalando los bolones de las picaduras le dieron un antimosquitos (“strongest”, apuntamos a la dependienta para que surtiera efecto). Fueron unos 1000¥. A parte compramos el colorete nº1 en ventas ya que el otro colorete se defenestró en el baño de Ueno. Otros 1000¥.

Después de estas compras fuimos al metro que era superconfuso, hasta tal punto que no supimos comprar los tickets de primeras. Tuvimos que ir a preguntarle a una chica de información que solo nos dijo que se sacaban en las maquinas (muchas de ellas solo en japonés). Así que no sé cómo Julius consiguió sacar los tickets que fueron 230¥ por trayecto. ¿Por qué lo supimos? Por los carteles y por la guía y lo comprobamos al pagar solo 200¥ a la vuelta y pedirnos la máquina el ajuste de tarifa. Con dos trasbordos en el metro peculiar con un ventilador para aliviar el calor, llegamos a la puerta del castillo. Había varias combinaciones de tickets y cogimos la normal de entrada al parque y castillo por 500¥ (¡también había una pase anual…!). Nada más entrar al parque nos dimos cuenta de una de las razones por la que hay que evitar esta visita: Los mosquitos te pican a través del pantalón en el metro, en el parque y en el castillo. Increíble pero cierto.


El parque es un parque normal que te sirve de antesala para ver el castillo, no es nada del otro mundo. Lo que si nos gustó es que hay una reconstrucción del palacio hecha de madera donde hay reproducciones de pinturas en las puertas correderas (fusuma) con escenas de animales en tonos dorados. La verdad que fue de lejos lo mejor de la visita. El problema fue que esto lo debía saber medio IMSERSO japonés y estábamos  rodeados de olores añejos. Un anciano se echó unas risas al ver a Julius con su flamante nueva cámara y el objetivo, deducimos que debió de decir algo así como “con lo grande que eres y esa cámara ocupas mucho”. Si los japoneses son muy respetuosos, pero los ancianos y ancianas se rigen por el carácter universal del abuelo: Tengo suficientes años para que todo me importe lo justo y necesario. Después de esto, fuimos al castillo donde básicamente se ven las carpas (o como ellos dicen, delfines) doradas, te montas en ellas y ves un pequeño museo sobre cómo vivían antes los japoneses, armaduras, historia de Nagoya… Visto esto ya puedes coger el ascensor para abajo. Te invaden una docena de ancianas y por el “poder abuelo” empujan para ver si son las primeras en bajarse… es universal.
Eran las 11:50 cuando salimos del castillo y pensamos que podíamos comer tranquilamente antes de irnos para Takayama… pero no, no podíamos porque el limited Express Hida que nos llevaba salía a las 12:48 y después cada dos horas. Así que nos fuimos corriendo para llegar a tiempo al tren. Llegaríamos sobre las tres de la tarde así que podríamos comer a esa hora (aunque luego no pudiese ser así como pasó el día anterior). Ahora os explicaré por qué no ha de hacerse está visita a Nagoya. Primero porque para ver algo que no merece mucho la pena te dejas unos 1300 ¥ por persona, segundo porque pierdes mucho tiempo en ir y volver y ves poco (eso de 10 minutos en metro es si te sabes todo fenomenal, al final son 20 o 30 minutos de viaje para ir al castillo y otros tantos para volver), tercero te fríen los mosquitos y por último, cuando llegas a Takayama y ves que se te ha ido el tiempo en Nagoya y no vas a poder ver bien esa bella ciudad…. te entran los 1000 demonios.

Lo dicho, a las tres y poco estábamos en la estación de Takayama. Ahí identificamos donde se cogían los autobuses para ir a Hida no Sato, un pueblo museo con las casas típicas de los Alpes japoneses (salía el último autobús a las 16:00, no iba a dar tiempo) y nos pusimos a buscar el ryokan. Estaba al lado de la estación, pero como siempre estuvimos dando unas cuantas vueltas. El ryokan se llama Hodakaso Yamano Iori y es una pasada. Una casa tradicional con todo detalle llevado por un matrimonio y sus “elfos” (otras ancianas japonesas que se movían como ninjas). Por supuesto habíamos cogido comida y desayuno, porque leímos varios comentarios en booking y todos lo recomendaban. Además amablemente pudieron satisfacer mi petición de darnos una habitación con vistas al jardín. Para subir a las habitaciones había que dar unos cuantos giros, subir escaleras… solo faltaba el suelo del ruiseñor. Todo era encantador, como en una película de memorias de una geisha. Nos enseñó los yukatas y viendo el mío dijo “necesitas uno más grande”. Cuando regresó con él se sentó de rodillas y prácticamente se tumbó de lo inclinada que se puso para dármelo. Impresiona ver cómo estás mujeres mayores siguen las tradiciones. Metimos nuestras maletas de la entradita a los tatamis, por eso de que estuviesen más a resguardo (las paredes de papel son antibalas ¡eh!). Nos sacamos infinitud de fotos sentados en la mesita del té desde todos los ángulos para ver toda la habitación.

Como íbamos mal de tiempo y encima sin comer, nos pusimos en movimiento cerca de las cuatro y media. Fuimos al templo Kokubun-Ji que era gratuita la entrada. Es chiquitín, con pagoda y un ginko de más de 1000 años enorme. Un remanso de paz. Retomamos la visita por la calle principal kokubun-ji Dori y antes de cruzar el puente con sus dos estatuas pintorescas nos comimos unos bolitas dulces de arroz o patata (no distinguimos bien el sabor) que nos saciaron levemente el hambre por 210 ¥. En el centro histórico, continuamos por las calles Sannomachi, por el barrio Sanmachi Suji donde hay casas antiguas muchas reconvertidas en tiendas. Mucha madera con plata por todas partes. Solo faltaban los samurais. Ahí te venden multitud de sarubobos que son muñequitos rojos que se traduce como “bebe mono” y que dan suerte. También te venden conejitos superñoños que alguno se compró (“te enseña pero no te da el regalito, que mono”). También había muchas tiendas de sake, con sus sacos de arroz.


Después de ver el centro, como empezaban a cerrar las tiendas y teníamos la merienda-cena a las 7, regresamos al ryokan. La idea era bajar en yukata, pero vimos que no había nadie con él en el lugar dónde íbamos a comer. Así que bajamos con ropa normal, nos enseñaron nuestra mesa y cuando nos sentamos en las sillas con respaldo pero sin patas nos informó que mientras cenáramos nos harían nuestras camas, es decir, los futones. Ahí se me encendió la bombilla ¿cómo van a montar los futones con nuestros maletones por medio? Así que me levanté y subí presto a nuestra habitación. Allí estaba otra “elfo” septuagenaria moviendo las cosas de la habitación y mirando los maletones. Cuando entré me miró sobresaltada y la intenté explicar que había venido a quitarla los maletones que pesaban un quintal y con unos arigatos más la dejé preparando nuestra habitación mientras me dirigía al festín.

El susodicho festín se componía de varios platos pequeños con sopa de miso, una ensalada típica, encurtidos, pepino, setas, una especie de huevo escalfado, atún, otro pescado y, la parte fuerte, una pequeña cesta con verduras para hacerlas a la plancha (repollo, soja, cebolla, champiñón, calabación, puerro… ) que saltaban como unas condenadas en el fuego. Y por supuesto, la carne de Hida. Carne veteada de cerdo y ternera para hacer a la plancha muy jugosa y sabrosa. Todo esto con arroz por doquier y rehogada por una “biru” Asahi de tamaño paulaner. Pues nos lo comimos todo, como supongo el resto de españoles que estábamos. Catalanes, andaluces y madrileños dimos cuenta de la cena por igual. Para hacer la digestión hubiera hecho falta un buen pacharán o en su defecto sake, pero nos tomamos un té en sustitución. Total: 2 horas de comilona.

Nos dispusimos a dar una vuelta por el pueblo, pero seguramente el cansancio me hizo mal leer los horarios del onsen y leí “hasta las 22:00” en vez de hasta las “23:59”. Así que decidimos probar eso de los baños termales. Dudando si el azul o el rojo era el mío me dispuse a entrar. Solo había un alemán (austriaco o de la zona) que se estaba yendo así que me senté en uno de esos banquitos y frota que te frota me dí una ducha y me metí en el agua termal. Superagustito que estaba. Entró uno de los españoles con los que estuvimos cenando y hablamos de lo que habíamos visitado en Japón, que si habían ido a Hakone estando nublado y no habían visto el Fuji (además de que estaba roto una de los transportes japoneses pero le habían cobrado todo el pase…). Me chocó que me dijera que era su primer viaje grande fuera de España y me quedé pensando en lo bien que se lo montaban los japoneses para venderse en el exterior. No me extraña que les acabasen dando los juegos olímpicos de nuevo.

Terminada esta charla subí a la habitación e intercambiamos impresiones sobre el onsen, en cómo las chicas japonesas se bajaban al onsen y frota que te frota como si tuvieran roña. Si tenías la desgracia de ser una gaijin, pues te tocaba hacer lo mismo para no parecer una persona poco higiénica. Es lo que le pasó a la catalana. Pero bueno, nosotros si pudimos disfrutar de un buen rato en el onsen que nos dejó tan relajados que nos quitó las fuerzas de dar un paseo por la noche. Así que nos metimos en los futones y a dormir. Una experiencia. Aprendes a valorar las camas occidentales (y eso que eran bastante cómodos).

lunes, abril 07, 2014

Japón 4 de Septiembre 2013: Nikko-Tokio

Ese día madrugábamos bastante, a las 6:30 de la mañana arriba. Toda la noche oímos llover mucho, pero justo cuando salimos por la puerta del hotel paró. Compramos nuestro primer desayuno en Japón en el Lawson (el combini de al lado del hotel). Consistió en un café Premium, algo que parecía colacao (pero que era café) y como fartones con chocolate (o los dowaps pero alargados). Creo que no llegó a 500 ¥.
Nos fuimos corriendo medio chispeando a la estación de shinkansen NASUNO de Ueno ya que no teníamos asiento reservado a las 7:10. Por supuesto nos pasó la de todos los novatos: “Mira que son chulos estos asientos”… nos metimos en el reservado de green card. Luego en reserved también, pero al final nos dio tiempo a salir para meternos en el nuestro. En el trayecto a Utsonomiya (sí, la línea que lleva a Fukushima) hicimos nuestro ritual: desayuno en el shinkansen y siestecilla, que eran 50 minutos de trayecto. Luego cogimos la JR Nikko Line y a las 9:10 estábamos en Nikko. Ahí no lo dudamos, cogeríamos el autobús que nos llevase a los templos y bajarnos… donde se bajasen todos (creo recordar que fue en el Rinnoji Temple). Eran unos 200 ¥ que nos evitaban una caminata de media hora.

Lo que más nos impactó es que hacía fresquito, sobre todo en comparación al día anterior. Nikko está en una zona más elevada, sin ser de montaña, llena de vegetación, muy tranquila y con árboles enormes. Cuando llegamos al Rinnoji estaba nublado pero sin chispear… y en obras. Así que pasamos de pagar la entrada y fuimos a por la parte chula: El santuario del Toshogu (además vimos aparecer varios autocares con estudiantes japoneses con lo que aceleramos el paso). Su entrada cuesta el módico precio de 1300 ¥ (hacía 15 días que habían quitado un pase conjunto para los templos de Nikko por 1000¥… que mala pata). La entrada tiene un torii de piedra enorme y guerreros cabreados. Por todos los senderos están las linternas de piedra tan típicas con musgo por encima. Nada más entrar a la izquierda está la talla de los tres monos sabios (sanbiki no sar) que no oyen, ni ven ni dicen mal. Es donde está el establo con el caballo blanco. A la derecha se encuentra una talla que representa lo que creían los japoneses que eran los elefantes… un aire se le daba pero no se yo. Seguimos y vimos las campanas, más templos y la pagoda. Luego fuimos a oír el edificio “del dragón rugiente”, descalzos por supuesto (vimos unas sandalias de una japonesa que tenían por adorno las cuentas del collar de Marge Simpson… telita). El monje japonés después de soltar su charla en perfecto japonés, cogió dos piezas de madera para golpearlas y oír es rugido del dragón (seguro que era un Lannister exiliado: “oye mi rugido”).
Después de esto fuimos a ver la puerta Yōmeimon de la que estaban restaurando parte. La verdad que era una obra de arte incomparable con cientos de pequeñas tallas. Vimos también por primera vez los sacos de arroz para hacer sake. Allí encontramos el famoso Nemuri-neko que es un gato durmiendo que protege de los espíritus (o los ratones). Todo el mundo estaba sacándose fotos a la entrada con el gato. De ahí se iba hasta la tumba del Ieyasu. Muchas escaleras cuesta arriba y muchos árboles. Lo malo es que al llegar arriba empezó a llover con lo que pudimos verlo poco. Bueno, alguna aprovechó para comprar un cascabel del gato. Nos sentamos a esperar que dejase un poco de llover y a los 10 minutos empezamos a bajar pues la bruma también bajaba. Empezábamos a temer que se nos iba a aguar la visita... y así iba a ser. Después de lavarnos las manos a la entrada del templo (sí, lo hicimos al final porque al principio había mucha gente) empezó a llover con ganas… durante casi una hora. Nosotros no habíamos comprado los paraguas la noche anterior en el BIC camera (“Si no va a llover”) y a la vista no encontramos ningún sitio donde vendiesen paraguas. Lo lógico es que si los vendiesen, los pusieran a la vista… pues después de 50 minutos, preguntar por señas en la taquilla por un paraguas (se rieron bastante con el gesto de abrir un paraguas), nos indicaron que en la tienda de enfrente tenían paraguas. Así que Ponchoman amablemente fue al rescate y compró un magnifico paraguas por 500¥ (que nos lo trajimos de vuelta a España jejeje). Por peaje tuvimos que comprar un “dulce” japonés. Nota: en Japón no tienen dulces como los entendemos nosotros. Así que después de preguntar “si eran sweet” Ponchoman escogió el que más le gustó “Kore”, y al primer mordisquito, lo escupió. Era un bollito de pasta de arroz con judía dulce que era como Kriptonita para Ponchoman.
Ya descansados con paraguas nos dedicamos a ver los demás lugares turísticos de Nikko. Fuimos a ver Taiyuinbyo que parecía bastante bonito y grande cuya entrada costaba 550¥. Nos gustó sobretodo el paisaje y donde te echabas el agua que tenía una canalización curiosa. Además rodeabas el recinto y te sentías un samurai. Como nos sentimos generosos, fuimos a ver el santuario Futasaran que costaba 200¥. Allí había muchos árboles, guardias de colores y juegos como el de meter una cuerda redonda en un palo. Parecía la feria. Después de esto nos dispusimos a buscar un sitio donde comer, ver el puente Shinkyo y el abismo Kanmangafuchi. Ahí fue el momento surrealista del día. Un anglosajón jovencito de la universidad local nos hizo una encuesta sobre “macaques”, vamos los monos de Nikko con preguntas del tipo “volvería a alimentar a los macacos” o “creo que los macacos y las personas pueden convivir”. Unos resultados 100% validos iban a salir de nuestras encuestas…
Como eran las dos de la tarde, decidimos darnos prisa en ir a ver el puente y si veíamos algo comíamos… mala solución. Pero bueno no llovía así que fuimos a ver el puente Shinkyo símbolo de la ciudad. Es un puente con aspecto antiguo que solo puede entrar uno por un lado y además hay que pagar. Nosotros nos dedicamos a sacarle fotos junto con el río que era una pasada. El verde de la vegetación, rojo del puente y el turquesa del río era una maravilla. Pero la bruma seguía bajando, así que salimos escopetados para llegar al abismo Kanmangafuchi que la verdad está bastante lejillos (20 minutos andando) y sobretodo mal indicado. Ahí nos esperaban hileras de estatuas vestidas, algunas cubiertas de musgo, otras deshechas y el río a la derecha. Se respiraba la paz y tranquilidad con la naturaleza y la neblina. 
Los budas tenían todos sombrero y babero, con la rasquilla que hacía supusimos que era para que no pasaran frío. Después de terminar subimos por unas escaleras y encontramos una sorpresa, un cementerio. La verdad que no nos esperábamos encontrar algo así en este lugar, tan mimetizado con la naturaleza. Linternas de piedra cubiertas de vegetación y otras figuras de piedra convirtiéndose en bosque. 
Y después de estos momentos mágicos, de vuelta para buscar un sitio donde poder comer algo, llegó la lluvia. No encontramos ningún sitio donde poder comer cerca de donde nos encontrábamos, la lluvia caía con fuerza y no sabíamos ni a donde ir. Hasta que vimos una parada de autobús. Esperamos unos 15 minutos y marchamos de vuelta a la estación de JR donde esperábamos comer. Los precios que marcaban las primeras paradas ponían casi 3000 ¥ y pensamos “la hemos hecho buena”. Pero no, era para el que hubiera hecho el trayecto completo, los nuestros eran 230¥. Si alguna vez hacéis lo mismo y pensáis comer por ahí, bajaros en la estación del Tobu que es donde está todo. Nosotros fuimos a la del JR y desandamos, teníamos 40 minutos hasta el tren. En las tiendas solo vendían comidas raras (mini pizzas secas hiperpicantes, picatostes de chocolate…) y dulces de arroz. Para un sitio que nos servían comida lo descubrimos tarde. Así que se nos encendió la bombilla “¿En esa panadería no venderán algo de comer?”… Lastima que un grupo de pensionistas japoneses nos ganase por la mano y se metiese primero a la tienda. Así que resignados a irnos sin comer regresamos a la estación JR. Justo antes de llegar encontramos otra panadería pero muchísimo más cutre. Nos metimos y pillamos una cocacola un par de croissants con pollo y lechuga una especie de bollo-pizza con queso y nuestro primer bollo relleno que nos recordaba a los parsec polacos. Total unos 800¥ para comer los dos. Por supuesto el mejor sitio para comerlos era el JR Nikko Line, así que mostramos nuestros JR pass como si fueran placas de policía y para dentro a coger el tren de las 17:35 que nos dejaría a las 19:30 en casa. Comida y siestecilla para descansar los piececitos hinchados. Después de llegar al hotel a esas horas, cambiarnos y alguno hacerse el remolón llegamos tarde a Shibuya donde habíamos quedado. Un momento gracioso fue que vimos a unas cuantas japonesas con las mascarillas sentadas en frente al lado de Julius que estaba rodeado de mujeres. Fue un momento de “hueles mal” jajajaja.
Casi antes de ver al perro Hachiko nos habló un “relaciones” de un bar para beber toda la cerveza que quisiéramos durante dos horas por unos 1000¥. Tuvimos que rechazarlo porque el jetlag nos pegó de lo lindo y acabábamos de llegar a Shibuya (si no le hubiéramos salido caros). Nos sacamos las fotos con Hachiko y nos dispusimos a cruzar varias veces por el famoso cruce. Ni que decir tiene que no impresiona tanto. Impresiona lo mismo que ver Picadilly Circus, crees que es enorme y no lo es tanto. Eso si, gentecilla hay. No se que haría esta gente cuando viese la castellana, si esto le impresiona tanto… Julius estuvo intentando sacar fotos con su tripode o mejor dicho monopié. Lastima que fuera la primera vez que lo usaba y entonces no fuese todo lo fluido y rápido que podía haber sido. Después dimos vueltas por Shibuya viendo tiendas (por supuesto había un Zara y un Macdonalls) y luces. Vimos unos policías que nos miraban, llevábamos el pasaporte por si acaso para que no pensaran que éramos ilegales. 
Y después de tantas vueltas, fuimos a cenar. Entre una maraña de carteles, Nesuta nos llevó al segundo piso de un edificio donde había estado cenando. Un poco raro parece al principio lo de que en cada piso sea un restaurante distinto. Nos pedimos un Ginger pork con arroz que te ponían un huevo crudo y dando vueltas con el calor del arroz se cocinaba. Nesuta nos contaba que la última vez que fue con un japonés miro su bol que no tenía huevo y que dijo algo así como “¿dónde esta el huevo?” y la camarera estaba detrás con el. Vamos en resumen, que el huevo te lo traían después. Pero eso era solo en teoría, porque después de un rato y 5 sumimasen y por último tamago, nos lo trajo. La camarera estaba un poco distraía y se había olvidado. Este plato eran unos 750¥ mientras que un plato de carne eran unos 1200¥, así que cenamos bien y bastante económico.


Hacía las 22:30 o 23:00 pusimos rumbo a Ueno. Nos despedimos de Nesuta hasta el día 13. En la línea Yamanote tardaba 32 minutos, así que nos echamos siestecilla. Había bastante gente para la hora que era (que agobio de gente) y cuando llegamos a Ueno por fin encontramos la salida Iriya que era la que mejor nos dejaba del hotel. Lástima que fuese el último día. Lo peor fue la despedida antes de dormir. Teníamos que coger el shinkansen a las 7:03 en Tokio, así que había que quedar a las 6:30 para comprar el desayuno, hacer el checkout, correr y coger el JR. Ahí se pronunció con un murmullo “yo no voy a poder aguantar este ritmo” y “te vas a cargar a Julius”. Solo íbamos a dormir 4 horas, sin contar con nuestra segunda cama: el shinkansen.

martes, marzo 04, 2014

Japón 3 Septiembre 2013: Madrid-Tokio

El día 2 de Septiembre de 2013 empezaba nuestro viaje a Japón. Esa noche apenas dormimos 2 horas. Los nervios, el insomnio y la inquietud por saber que nos encontraríamos allí. A las 7:30 de la mañana salimos con nuestras dos maletas rumbo al aeropuerto. Volábamos con KLM a las 10:25 con escala en Ámsterdam y llegaríamos a Tokio a las 8:45. La verdad que el vuelo fue agradable, teniendo en cuenta que fueron más de 15 horas en el aire… pero nos íbamos a casi 10000 kilómetros de casa. En el avión no paramos de comer y tomar líquidos e intentamos dormir lo que pudimos (no creo que llegase a 5 horas descansando). Yo me puse la película del Hobbit para con la banda sonora, dormirme mejor. Como curiosidad, la familia española que viajaba en ambos vuelos detrás de nosotros durmió como un lirón. Esos yo creo que durmieron mínimo 12 horas, y las que no durmieron hablaban demasiado alto, con lo que a los que nos costaba dormir, no pudimos.

Cuando llegamos al aeropuerto de Narita hicimos un poco el pardillo. En vez de salir e ir inmediatamente al control de inmigración y a la aduana, fuimos al baño, intentamos coger WiFi para avisar que habíamos llegado… Total que fuimos los últimos en llegar y nos comimos una cola de una hora de espera. Y a partir de aquí encadenamos todas las colas. En inmigración pusimos los dedos y poco más, en la aduana pasamos nuestro embutido y frutilla. Después fuimos a cambiar efectivo, no mucho ya que al final nos cogieron la tarjeta de crédito en casi todos los sitios y de ahí a la cola del JR-Pass. Allí otra espera, con una chica muy maja que nos indicaba lo que teníamos que rellenar y que sólo podíamos reservar el Narita Express de ese día. Ya teníamos nuestro papelote para enseñar y pasar por todos los trenes JR. Otra hora de viaje hasta la estación de Tokio y de ahí a Ueno.

En Japón hacía un calor húmedo muy difícil de soportar y buscábamos la sombra donde podíamos. También el problema es que salimos por la salida de la estación de Ueno que pensábamos que estaba más cerca… pero todo es enorme. Además el GPS Osmand no nos funcionaba bien y dimos vueltas alrededor del hotel. Suerte que un amable japonés al vernos consultar un mapa nos ayudó con su movil GPS y nos ubicó. Milagrosamente el Osmand se recuperó y nos llevó hasta el hotel New Izu Hotel. La verdad es que parecía cutre a más no poder, pero luego no fue tantísimo... solo un poco. Llegamos a las 13:30 pero no podíamos entrar hasta las tres y nos indicaron amablemente que esperásemos. Con la paliza que teníamos y el calor de fuera nos quedamos en los sofás. Pagamos con tarjeta, dándola con dos manos por supuesto mientras vigilábamos con ojo avizor a otros guiris que pensaron lo mismo y no hacían más que turnarse en el sofá masaje. Era graaaatis, así que no hacían más que pasar una y otra vez. Nosotros tiramos de Wifi para mirar correos y whatsapp y además nos comimos nuestros bocatas. La verdad es que tardaron menos de lo esperado en darnos y a las dos y poco nos pudimos ir a las mini habitaciones. Es Japón, todo es pequeño y las camas de matrimonio son de 1,20 metros de ancho. Pero tenía Yukatas y la taza del inodoro con el chorrillo. Decidimos darnos una ducha (después de 24h de la última no estaba mal) y luego ponernos a patear.
Habíamos quedado a las 18:15 en Ikebukuru (esa zona nos la aprenderíamos bien en la segunda parte de la estancia en Tokio) con nuestros amigos para llevarles "los presentes de la tierra”. Así que lo que hicimos fue salir a las 16:00 para ver el parque de Ueno (donde hay sin techo a tutiplén) y también ver cómo llegar a la estación sin dar tantas vueltas (realmente estaba al lado el hotel). Lo que más nos sorprendió fue el calor. Íbamos avisados pero ni aún así, pantalón corto y todo, pero era insoportable. En el parque vimos los cuatro animales típicos japoneses: los cuervos (grandes como gallinas), las chicharras (que parece que van a explotar del ruido que hacen in crescendo) los mosquitos (que pican, dejan marquita, desaparece al día siguiente y al otro bolón) y las libélulas (grandes como portaviones). También vimos el cartel más gracioso del día “prohibido hacer karaoke”. Nos imaginábamos a los adolescentes japoneses que les pillaba la policía preguntando que llevaban en la nevera y ellos respondiendo, no, no es kalimocho y cerveza… ¡mentira seguro que son los altavoces y alguno lleva el micro por ahí! Jajajajaja.

En el parque vimos nuestro primer santuario, el Benzaiten con Toriis y demás cosas. Nos hizo ilusión y sacamos muchas fotos por ser el primero (realmente no tenía mucho). Luego siguiendo el paseo fuimos al Santuario de Toshogu. Estaba bastante bien, con su camino con linternas de piedra y bronce, sus origamis de papel, su campana y sus puertas con paredes doradas… aunque había partes en obras. Aquí vimos a un monje en vaqueros que se acercó a Julius a contarle una historia. Como todavía estábamos españolizados, salió huyendo de este singular monje no nos fuese a timar. En este momento vimos por primera vez las chicharras, más grandes que mis dedos. ¡Vaya bicho! Como se hacía tarde pusimos rumbo hacia el JR. Ya íbamos reventados con el jetlag, el calor y la paliza. Además llevábamos casi 4 kilos de peso adicional. Cogimos el JR y rumbo a ver cosas japonesas.

Habíamos quedado en el vagón 5 de Ikebukuru aunque como somos así de listos cada uno esperaba en un sentido.  Pasados unos minutos nos dimos cuenta de nuestro error y nos encontramos los cinco. Después de los besos y abrazos, procedimos a entregar nuestro paquete: Rico queso nacional, aliñado con algo de jamón cortesía de sus padres y nosotros aportamos dulce, la fruta que no se había aplastado en la maleta y unas gominotas hechas de fruta. (Si… la fruta es un manjar en Japón).

En Ikebukuro nos enseñaron un poco la zona. Las tiendas como el BIC camera, el don quijote, con muñecos del line, juguetes sexuales y hasta ropa (un poco de todo que se dice), el uniqlo, la tienda de hello kitty, el tokyu hands (con muuuuchas cosas de papelería), los maid cafés… Aunque todas las japonesas van enseñando piernaca, en estos sitios van vestidas con calzas y de doncellas. Uno de los sitios más entrañables fue una tienda que vendía juegos de consolas antiguos e incluso maquinitas de cuando teníamos 8 años estilo Donky Kong y marcianitos que hay que recoger.

Y como no sabíamos cuanto aguantaríamos, fuimos a un family restaurant, Gusto, con ofertaza: beber lo que quieras durante 2 horas (o más porque eres gaijin). Ahí nos pusimos hasta arriba de fanta melón y calpis (una bebida con base de leche muy rica… si es sin burbujas). Cenamos arroz, una especie de croqueta, gamba y pollo rebozado y salimos por 980¥, muy económico. Ya de vuelta a coger el tren, nos pasamos por el BIC camera para comprar una tarjeta de datos para Julius. Costó lo suyo y eso sabiendo japonés… no veas como daban vueltas para encasquetarnos a otro dependiente (un japonés no dice que no, pero remolonean a ver si te cansas tu primero… no conocen a Julius). Al final nos mandó a la tienda de enfrente, en la que después de otro rodeo nos vendió la tarjeta. Lo mejor para despacharnos fue “para activarlo llamas a un teléfono y ya está”. Nos despedimos y nos fuimos al hotel sobre las 22:00. Al día siguiente había que madrugar para ir a Nikko. Eso si, esa noche la tarjeta de datos quedó activada. El recepcionista del hotel buscó todas las excusas que pudo para intentar escaquearse, pero no había otra. Había que llamar desde un teléfono móvil japonés (que era gratuito) y, el principal problema, seguir unas instrucciones en perfecto japonés. Lo dicho, al final se consiguió. Y de premio un masaje en el sofá que estaba libre. Cuando subí arriba me dije, el yukata me lo pruebo para hacerme unas fotos (con ojeras de oso panda) y pruebo otra curiosidad japonesa: el baño (nada tiene que envidiar a las tres conchas de la peli de Demolition Man).








domingo, marzo 02, 2014

Viaje a Japón Septiembre 2013: Preparativos

Esta breve entrada sirve de inicio al diario de viaje a Japón de hace 6 meses. Para ir a Japón solo necesitas tiempo, dinero y ganas. Luego cosas más mundanas como transporte y alojamiento.

El Tiempo es elegir la fecha que mejor te cuadre para visitar el país. En septiembre hace una temperatura más agradable que en pleno verano (aún así te asas de calor) pero los días son más cortos y suele haber tormentas tropicales y tifones. En invierno hace un frío que pela y en primavera veras cerezos en flor... pero tal vez no tengas vacaciones.
El Dinero, a parte de tenerlo en la cuenta, tendrás que cambiarlo a yenes. En muchas guías se dice que no aceptan la tarjeta bancaria en muchos lugares. Nosotros pagamos todos los hoteles y muchas comidas con tarjeta. Aún así, está bien tener algo en moneda local cosa que puedes hacer muy bien en el propio aeropuerto o sacando dinero desde un cajero. Son buenos tipos de cambio.
Las Ganas las puedes tener por ser un otaku y gustarte lo oriental o te pueden entrar al mirar alguna guía de viajes. Japón es un país de contrastes: super moderno y a la vez muy tradicional. Con gente muy amigable, muchas veces machista y todo con calidad made in Japan... o no. Por todo esto es un destino turístico muy demandado y que merece la pena visitar.

El Transporte, para llegar al país y para moverte por él. En avión puedes llegar en compañías como KLM, Lufthansa o Emirates. Nosotros elegímos la primera porque tenía una escala muy corta tanto a la ida como a la vuelta y porque era una de las mejores a la hora de la comida. Además puedes entrar por Osaka y salir por Tokio (escogiendo la opción de múltiples destinos) incluso más barato que yendo y viniendo del mismo sitio. Nosotros lo cogimos por viajes el Corte Inglés porque el seguro de anulación desde KLM eran 60 euros y por la agencia solo 10.
A parte necesitas moverte por el país y eso se hace con el JR-Pass: un abono de 7, 14 o 21 días para coger los trenes JR. Nosotros lo compramos por una página en italiano ya que por la de castellano es más cara. Te llega en 2 días desde Francia (desde cualquiera de los dos idiomas).

El Alojamiento es muy importante reservarlo con tiempo porque en fin de semana se llena cualquier ciudad. Usamos Booking y no tuvimos ningún problema. Tened en cuenta que los hoteles de Tokio y Kyoto son más caros y generalmente peores. Los ryokanes (el alojamiento tradicional) están chulos pero duermes en futón en el suelo (a veces son más caros que los hoteles). Y si viajáis en grupo, unos apartamentos siempre os pueden hacer ahorraros unos eurillos.

Por último, os indico un presupuesto básico de 15 días de viaje por si os entran las dudas:
  • Avión i/v 600€
  • Tren JR Pass 300€
  • Alojamiento 500€
  • Comida 300€ (se pueden encontrar sitios muy baratos para comer)
  • Autobuses/Metro/Entrada monumentos 150€
  • Seguro de asistencia médica 50€
Así que por 1900€ podéis visitar Japón sin mal vivir. Y con esto finalizo la entrada "breve" ;-D.


domingo, julio 15, 2012

Islandia 14 de Septiembre 2011: Reykjavik

Salimos del amplio apartamento rumbo a la gran ciudad. Lo primero que fuimos a ver fue la catedral de día. La verdad es que tiene una forma muy curiosa, como un cohete, una nave espacial o como una llamarada. Decidimos entrar dentro y verla más en detalle. Es muy curiosa porque por dentro no hay apenas adornos, solo un impresionante órgano y toda muy blanquita. Se puede subir a la torre. Se paga un donativo de 3 euros (creo que para ayudar a gente con alguna discapacidad, así que no colarse) y desde allí se ve todo Reykjavik con buenas vistas.

A la salida está Leif Ericsson con su hacha. Todo muy vikingo. Bajamos la que parecía ser la calle comercial, no había mucha gente pero comparado con el resto del país sería considerado una marabunta (grupos de 4 personas juntos uuuuuhhh).




Dimos un paseo por el lago Tjörn, con sus patos y fuimos a la plaza del ayuntamiento que estaba decorada con mariposas. Seguimos errando por la ciudad, buscando el monumento más importante que nos quedaba por ver: El barco vikingo. Es una escultura símbolo de la ciudad que asemeja al mascarón de uno de estos barcos. Nos gustó bastante y nos sacamos unas cuantas fotos. Después de esto… nos fuimos a comer porque ya habíamos visto toda la ciudad (y no era ni la una de la tarde). Comimos en un bar por la calle de compras que servían unas sopas contundentes en panes grandes. Tenía la espinita clavada desde Polonia.

 Luego poco más. Un par de vueltas, nos comimos unos donuts mientras unas nativas nos hacían una foto, unas cervezas y de nuevo unas pizzas para cenar. Así nos fuimos a dormir que al día siguiente regresábamos a Hispania como dirían los romanos. Al día siguiente poca cosa hicimos más que lavar el coche para no pagar los 45 euros que ponía el alquiler del coche. En alguna gasolinera puedes lavarlo gratis, te dan la manguera y unos cepillos y ala, al lio. Por cierto, el jabón para lavar podéis comprarlo en cualquier Bonus. Aunque si no lo echáis, después de hora y pico lavando se queda aceptable un todoterreno que literalmente se ha metido por todo-el-terreno (no me recordéis lo del Askja que se me cae una lagrimita).



Como resumen decir que es un viaje que merece la pena. Vas a ver una naturaleza increíble… eso si, piensa que el baño compartido es la tónica y que la comida no es muy variada. Pero como les dije a unos amigos:

“Levantarte, atravesar una laguna glacial y ver una cascada con columnas basálticas es una pasada. Pues si a continuación vas a caminar por el mayor glaciar de Europa y con una sonrisa en la boca piensas en dormir para levantarte a la una de la mañana y ver auroras boreales, bailar y cantar… eso si que no tiene precio”.

miércoles, julio 11, 2012

Islandia 13 de Septiembre 2011: Hveragerði, Krisuvik, Krisuvikurbjarg, Blue Lagoon y Reykjavik


Nos levantamos dejando el que había sido nuestro hogar durante 3 días. ¡Adiós cabañita!. No teníamos nada pensado más que la obligada visita a la Blue Lagoon, así que salimos de Hella rumbo allí vía península de Reykjanes.

Nuestra primera parada fue en Hveragerði. Es una pequeña ciudad del sur de Islandia situada a 45 kilómetros de Reykjavík. Su área circundante es parte del volcán Hengill, que está geotermalmente activo y experimenta terremotos frecuentes. La ciudad es famosa por sus invernaderos, que reciben calor por las aguas termales volcánicas, siendo visitable entre otros el Eden Bananas. Junto a la iglesia hay unas aguas termales llamadas Sandhólshver, formadas durante el violento terremoto del sur de Islandia de 1896. Esta área geotermal tiene numerosas aguas termales y fumarolas. Es un paseíto corto que es agradable de ver mientras lees las explicaciones. Aquí incluso horneaban pan los lugareños.

Después continuamos por la carretera 427 camino de Krisuvik que se encuentra al lado de la carretera 42. La zona geotermal Krisuvik es una de las zonas donde más se puede apreciar la actividad volcánica de Islandia. Esta zona es una de las zonas con más alta temperatura de Islandia. Es muy parecido al Hverir de Myvatn pero en pequeño. Es una buena opción visitarlo el mismo día que la Blue Lagoon. Se puede ver como sale humo de la tierra, como el agua que emana de la tierra esta hirviendo y sobretodo apreciar el característico olor, debido al azufre, a huevo podrido del agua caliente en este país. Muy cerca de aquí hay un pequeño lago con tintes verdes que es digno de ver.

Para comer decidimos coger una carretera (mejor llamarlo camino infierno) para llegar a los acantilados del sur de Krisuvikurbjarg. Si has visto muchos acantilados, pues a lo mejor no te impresionan tanto, pero la verdad es que con sol y reposando para comer unos bocatas es una vista y descanso muy recomendable.



Después de esto ya fuimos derechos a la Blue Lagoon. Es un spa geotermal que es el atractivo número 1 de Islandia. Esto es lo que dicen ellos, yo la verdad es que podría nombrar más de una docena de mejores opciones… La entrada es carilla, unos 30 euros por persona. El coche lo tienes que dejar en un parking que está nada más entrar (el otro parking es de pago). Antes de meterte tienes que ducharte. Y después también si no quieres ir con el pelo lamido como una vaca y encrespado. Tiene un montón de pequeñas atracciones que desfrutar. Sauna, una cascada masaje (básicamente te cae con fuerza agua en la espalda) y montones de sílice para echártelo por la piel y que se te quede tersa. Todo el mundo se lo echa. Yo creo que los guionistas de Walking Dead tomaron de aquí la idea porque menuda pinta que teníamos.

Después de más de 3 horas fuimos hacía nuestro alojamiento en Reykjavik. El hotel Floki, que, la verdad, no sabíamos que tal iba a estar. Pero como llegamos tarde tuvimos suerte, porque no estaba nuestra habitación cuádruple con baño compartido por 57 euros y nos dieron un apartamento para los 4 con baño propio. Vamos que salimos ganando por bastante. Esa noche dimos una vuelta hasta llegar a la catedral y fuimos a comer a una pizzería que estaba recomendada en la guía Eldsmiðjan. La verdad es que las pizzas nos sentaron fenomenal.

Por ese día ya había sido suficiente. Ya habíamos llegado casi al final del viaje. Solo nos quedaba ver la capital del país para terminar con nuestra visita. 

martes, julio 10, 2012

Islandia 12 de Septiembre 2011: Þórsmörk, Vestmannaeyjar, Gulfoss, Geysir y Hella



Este día fue, por así decirlo, de regalo. Era un día que teníamos de colchón por si algún volcán hacía de las suyas así que lo que decidimos ir a ver fueron cosas no previstas y repetir algunas del primer día que estuvieron pasadas por agua.

Leímos en una guía que para llegar a Þórsmörk había que tener un superjeep. Nosotros miramos el mapa y vimos que la carretera F261 pasaba al lado de allí y era más fácil que la F249 (pero también tenía un pequeño vadeo). Bien, pues después de un camino agreste pudimos ver el campamento… pero al otro lado del rio. Y no, no hay puente alguno para cruzar. 




Una verdadera pena porque se veían los arbolitos tan cerca… pero el río lo estaba más. Así que media vuelta. Eso si, nos dimos un paseo por las arenas de la rivera del río, marcando nuestras huellas y haciéndonos un poco “los beduinos”.

Aunque el día estaba como con calima, fuimos a ver las islas Vestmannaeyjar. Se veía poco por lo que solo pudimos ver el mar golpeando las negras playas. 


Como hacía sol, decidimos ir de nuevo a ver Gulfoss esta vez sin lluvia, pero con mucho aire. ¡Por fin pudimos sacar la famosa foto de la cascada y el arco iris! Con sol o con lluvia el paisaje es espectacular. 


Comimos unos bocatas de atún con tomate y nuestra última ración de embutido. Como nos pillaba de camino también paramos en Geysir. ¡Qué bonito es el sol con estos espectáculos naturales!.


La nota triste es que este sería nuestro último día de auroras. Marchábamos al día siguiente de Hella a la ciudad.